Desde hace algún tiempo ando en este asunto de vivir, existir y resistir. Como la mayoría de humanos, yo (salvo en mi niñez) no recuerdo haber tenido una vida acomodada.
El recorrido de este largo -¿o más bien corto?- periplo de la vida se vuelve mucho más difícil conforme se va avanzando. Día tras día nos enfrentamos a situaciones adversas que tarde o temprano terminan modificando nuestro carácter, nuestra forma de afrontar los problemas. Inevitablemente, así se va configurando nuestra personalidad: Todo lo que he vivido, todo lo que he afrontado, lo que he superado (o en lo que he fracasado) me ha traído a este momento y me ha hecho ser lo que ahora soy.
Por lo general, cuando las cosas van cuesta abajo, cuando los problemas parecen no tener solución o cuando las metas parecen ser inalcanzables empezamos a creer que la lucha o el esfuerzo quizás no merece la pena. Muchas veces dejamos que todo ese peso nos aplaste por completo, sin siquiera hacer algún esfuerzo por soportarlo y resistir hasta que no se pueda más con el. Cuando de antemano asumimos la derrota, estamos actuando como cobardes.
Aún siendo un personaje ficticio, siempre he admirado a Rocky Balboa. Y no lo hago porque sea el boxeador que siempre gana sus peleas y al que todo el mundo quiere, si no porque es un ícono de la perseverancia, del valor y del coraje que se necesita para sobrevivir en este mundo.
El mensaje que transmite en cualquier película de Rocky, más allá de los golpes (que tan sólo ven aquellos que se quedan en la superficialidad), es que cualquiera con un gran corazón puede conseguir todo aquello que se proponga, sin importar las trabas que a uno se le pongan por el camino. Y si la victoria no llega, al menos habremos luchado por lo que creemos justo y esa sensación es ya en sí un triunfo. Es la única manera de alcanzar la meta y aunque lleguemos adoloridos, cansados, con mil batallas a nuestras espaldas y después de haber encajado golpes por doquier, siempre podremos decir que nadie ni nada ha conseguido derribarnos ni hacernos doblar la rodilla. Ésa es la nobleza y la dignidad del perdedor que, aún a sabiendas que todas las apuestas están en su contra, se entrega a fondo, desviviéndose, sin escatimar esfuerzos.
Quiero compartir con ustedes este fragmento de la película "Rocky Balboa” (o Rocky VI), que me ha servido de inspiración y me ha ayudado a recordar que solo se ganan luchas cuando uno resiste como una roca, sin rendirse:
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